Fotos, arte, poesía y diarios

sábado, 26 de marzo de 2011




Anécdota.
Veníamos caminanado por Santa María la Ribera, una colonia de mucho abolengo, allá por 1920. Muchas de esas casas fueron construidas en la época porfiriana.


Nos habíamos echado una buena platicadita con la tía, quién vive en la Fundación Matías Romero, que es un asilo.


Antes de que ella saliera a recibirnos, yo paseé por los jardines; sí, a los que tenemos acceso los vistantes (porque no se puede deambular por todo el lugar).


Vi a un cuervo bañándose en una fuente o refrescándose o gozando la primavera.

Hay ficus grandísimos, deben de tener más de cuarenta años esos árboles; los hay también de otros tipos y tamaños. Vi muchas plantas con bellas flores como "aves del paraíso" y otras menos rebuscadas, pero igualmente lindas.


Requiero ir de nuevo y tomar fotos. También hay dos pequeñas esculturas de niños. Hay uno que está escuchando el corazón de su perrito con un estetoscopio. Me llamó la antención el detalle y su sencillez.


Caminaba al metro San Cosme junto a mi papá, quien tiene una historia para cada lugar de la Ciudad de México. Cruzamos la calle Avellana y la historia comenzó:


–Aquí vivía un amigo, a quien le decíamos La Mula. Él era un vendedor y me recomendó para que yo también vendiera unas imágenes de la virgen; las cuales estaban hechas de un material que brillaba en la noche –Él continuaba narrando y yo ponía mucha atención–. Éstas imágenes sólo costaban 15 pesos, pero la gente no tenía dinero. Con un sólo peso podían adquirir una y luego la iban pagando en partes. Nos llevaban a colonias como Prohogar. Era la década de 1950. En esos lugares, no había calles, era pura terracería...


Llegamos al metro, la historia se acabó y yo no hice más preguntas.


Por cierto, les comento que admiro mucho a Matías Romero Avendaño, quien nació en el estado de Oaxaca en 1837 y murió en Nueva York en 1898.


Siempre que estoy en su fundación, pienso qué manera de trascender la de este diplomático mexicano y secretario de Hacienda. Construyó un gran asilo (dónde han vivido cientos de adultos mayores desde hace tantos años) y también, con su dinero, creó la fundación y los modos para que ésta subsistiera áun después de su muerte. Se murió hace más de un siglo, caray, y su sueño, ahí está y beneficia a muchos ancianos. Ellos, después de un estudio socio-económico pagan lo que pueden pagar. Hay un patronato por supuesto; hay gente que dona dinero; hay fiestas por la primavera y todas las posadas y muchos festejos en el asilo Matías Romero. Además de muchas actividades: clases de memoria, gimnasia, tejido, canto. Me da gusto que haya gente que trabaje en este proyecto y que al Sr. Matías Romero Avendaño se le haya ocurrido esta buena idea.

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